Me invitan a contar mi historia y no sé por dónde comenzar; como el título debe ser llamativo esta historia será: ´´Me vendí por comida´´.
Cuando era una niña chiquita la vida me enseñó que sería difícil. Me llamo Laura, y no pienso que mi historia sea bonita, pero voy a contarla esperando que a alguien pueda ayudarle. Mi papá abandonó a mi mamá desde que estaba embarazada (como casi todos los papás de mis amigos) así que nací y crecí en una familia monoparental y luego mi mamá tuvo otras parejas y dos embarazos más. Recuerdo haber visto a mi mamá mientras tenía sexo con una de sus parejas y recuerdo sentir sus manos asquerosas sobre mi cuerpo; yo tenía apenas 6 años. Recuerdo que mi mamá lo sabía y que parecía que le daba igual o que ese hombre era más importante en su vida que su propia hija. Recuerdo como si hubiese sido ayer todas las noches en las que me dormía con hambre. Las noches en que prefería darle la poca comida que había a mis hermanos. Y la verdad es que, aunque tenía una madre, yo me sentía sola, huérfana y desamparada; prefería estar en las calles que en la casa en la que sabía que abusarían de mí hasta el cansancio.
Cuando tenía 12 años, mi madre se fue con uno de mis hermanos y me dejó a mí con el otro; me dijo que regresaría por la tarde, pero nunca lo hizo. Recuerdo que vi llorar a mi hermano del hambre que tenía y sentir que era mi culpa que estuviéramos así y que era mi responsabilidad buscar la comida para ambos. Yo creí que nos íbamos a morir de hambre y tomé la decisión de vender mi cuerpo a cambio de comida. La desesperación me ganó.
Después de ese día, me iba diario al mercado, yo sabía que ahí no me iban a faltar los clientes y ahí mismo compraba la comida para mi hermano y para mí; la gente ya me conocía. La verdad es que la primera vez que crucé esa línea, sentí que todo el mundo me quedaba viendo mal y obviamente me daba vergüenza, pero en ese momento yo creía que era lo único que podía hacer para que sobreviviéramos. Me sentía asquerosa, culpable y sucia al sentir como esos hombres me tocaban y me violaban (recordá que tenía 12 añitos). Mi hermano nunca me preguntó de dónde sacaba para comprar la comida, pero siempre supuse que sabía y que entendía el increíble esfuerzo que había costado conseguirla.
No te voy a mentir y a decir que era feliz o que tenía ganas de vivir; realmente yo tenía ganas de morirme todos los días. Me quedaba en la parte de arriba de los puentes peatonales que cruzaba, viendo hacia abajo y deseando tirarme para acabar con todo porque me sentía cansada de todo lo
que había tocado vivir. El único motivo por el que no lo era el amor que sentía por mi hermano porque yo sabía que él solo me tenía a mí y no quería dejarlo solo.
Aprendí con el tiempo a vivir con las cicatrices físicas y emocionales que me dejaron y después me volví experta en disociarme, yo sabía que estaba ahí y lo que estaba pasando, pero era como que mi cerebro me desconectaba para no sentir nada. Me convertí en una experta en disimular el vacío y en fingir que estaba agradecida con los hombres que llegaban a buscarme. No creas que me siento orgullosa de la vida que tuve o de las cosas que hice, esta historia no va de eso. Sino que creo la vida a veces nos sorprende para bien.
Un día, entre el montón de gente que llega al mercado un hombre se detuvo frente a mí, me quedó viendo y yo solo pensé que lo iban a asaltar porque andaba muy bien vestido; también pensé que era tal vez un trabajador de alguna asociación extranjera, porque a veces llegaban a buscar ayudar a las mujeres que trabajábamos ahí. En ese momento yo ya tenía 20 años; él se acercó a mí, me preguntó mi nombre y me dijo que si necesitaba ayuda. A mí nunca nadie me había preguntado eso y me puse a llorar. Me saludó, me dijo su nombre y me dijo que sí trabajaba para una organización.
Yo sentí que alguien me veía no como un objeto de deseo, sino como un ser humano necesitado de ayuda. Como te dije antes, yo nunca había recibido ayuda de nadie, nunca me había sentido querida por alguna persona o mecedora de algún buen trato. Yo pensaba que era la persona más asquerosa y entonces dejaba que todo el mundo me tratara como una basura.
Ese hombre nos ayudó a nosotros dos. Nos llevó a una casita que tenían como albergue donde podíamos vivir mientras nos ¨reinsertaban en la sociedad¨. Ahí sentí por primera sentí que la vida me daba una oportunidad. Entré a la escuela de nuevo para terminar de estudiar y con el tiempo fui dándome cuenta de que no necesitaba vender mi cuerpo para sobrevivir. Terminé la secundaria y encontré un trabajo y también empecé a ir a terapia. Después de eso, ya podía alquilar un lugar y tener una vida digna con mi hermano, entré a la universidad y aquí estoy contándote mi historia.
Aún hay momentos en los que me siento triste, pero veo atrás y reconozco todos los logros que he alcanzado. Sé que soy una persona con derecho a vivir una vida digna y bonita y con derecho a vivir sin gente señalándome por las cosas que tuve que hacer. Sé que aún tengo un largo camino que recorrer para llegar a la sanación, pero quería contar mi historia porque creo que es la de
muchas mujeres que se ven obligadas a tomar decisiones desesperadas en este mundo que, a muchas, no nos ofrece una salida digna.
Quería compartir mi historia para que otras mujeres ahí afuera sepan que no están solas, que hay otras mujeres que han vivido cosas muy duras y que validamos sus sentimientos y que no las juzgamos. A todas ellas quiero decirles que no se den por vencidas y que nunca dejen de luchar.
Escritora: Anónima
Editora: Sabrina Sutfin (lateoria_de_psicologia)